Tenía unas ganas enormes de llegar a leer el libro Islas en la Red de Bruce Sterling (1988), y por fin me he despachado a gusto. Si en el relato Días verdes en Brunei el padre del ciberpunk ya mostraba una enorme capacidad para imaginar aspectos del futuro más cercano de este mundo, en Islas desarrolla toda una visión política, económica y social que se me antoja sorprendentemente plausible, vista la situación actual, para un libro publicado hace más de veinte años que se aventura quince años más en nuestro futuro.
El mundo de Islas continúa estando formado por estados, pero la la globalización les ha hecho perder mucho protagonismo y otras organizaciones transnacionales como corporaciones, ejércitos y grupos religiosos juegan casi a su mismo nivel, con diplomacia propia, asistencia social, himnos y banderas. Las organizaciones internacionales que los propios estados han creado para sobrevivir continúan estando por encima de las leyes locales pero no sólo cuentan con influencia, sino directamente con poder ejecutivo. El único campo donde los estados mantienen a duras penas la hegemonía es la seguridad, tambaleándose con una visión represora i territorial. Personalmente, tal vez nada más que una vuelta de tuerca adicional al mundo actual.
Este mundo globalizado descansa, como el nuestro, en la Red, pero en Islas encontramos una red descentralizada más que distribuida, formada por terminales tontos ligados a grandes bancos de datos (nunca mejor dicho), donde la capacidad de difundir información en abierto sólo está en manos de grandes medios y corporaciones. A finales de los ’80 Sterling ve aún muy lejana la posibilidad de medios distribuidos como la web o la blogosfera que permiten a cualquiera transmitir al público, pero la considera capaz de levantar auténticas revueltas populares. Es la aproximación del autor a las ciberturbas.
Tal vez por eso Sterling tampoco prevé la globalización de los pequeños y habla casi exclusivamente de grandes corporaciones. Pero las corporaciones de Islas no son siempre los monstruos jerarquizados y amenazantes del ciberpunk. Aquí encontramos a Rizome, auténtico filón de propuestas para un nuevo modelo socioeconómico más humano y global: una organización transnacional con autonomía económica que practica la democracia económica, la solidaridad entre compañeros y el pluriespecialismo que hace crecer a la persona (memorable el Nosotros no tenemos «trabajo» en Rizome… sólo cosas que hacer, y gente para hacerlas.). Rizome cuenta con divisiones y sedes autónomas, pero su estrategia global es llevada por un demos reducido de compañeros que toman las decisiones en igualdad total. Nos encontramos realmente cerca del modelo de filé.
Finalmente, a parte de toda la miga anterior, me quedo con una reflexión que impregna la obra: la globalización es un proceso imparable, y más vale abrazarla y espabilarse en influir positivamente en ella, garantizando a todos el acceso a ella para reducir los efectos de la descomposición social, que negarla y dejar que se convierta en el campo de juegos de indeseables que pretenden —como indicaba David de Ugarte en 11M: Redes para ganar una guerra— recuperar un poder que se encuentra cada vez más repartido.
De lo contrario corremos el riesgo de que nos sorprendan en un supuesto futuro
brillante los males que creíamos desaparecidos, como quien se traba el pie con
el cable de un viejo trasto enterrado en la arena mientras corre felizmente
por la playa. ;)