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¡La materia quiere ser libre!

Allá a finales de 2003 Gloria me pasó un libro de Neal Stephenson que yo asumí que llegaba a mis manos porque ella quería que leyera Snow Crash (del mismo autor) pero no lo tenía, y porque Glo había sido mi profesora de TALF y en el libro que me prestó la máquinas de Turing tomaban cierto protagonismo. Desgraciadamente nunca sabré los auténticos motivos por que me lo dejó, pero al hacerlo me abrió las puertas a un futuro sorprendente donde se podía construir cualquier cosa desde una molécula hasta una isla, y tribus de lo más variopintas se repartían por un mundo prácticamente sin fronteras. Este libro era La era del diamante y he tenido la fortuna de releerlo como parte del itinerario indiano.

Stephenson muestra una imaginación y una capacidad de crear mundos auténticamente desbordantes en este libro, y la narración tiene un tono ingenioso y a menudo sarcástico muy original, a veces demasiado expositivo… pero realmente hay mucho que exponer: nos encontramos a finales del s. XXI y la nanotecnología ha avanzado hasta el punto de permitir fabricar de todo, a un coste ridículo, en masa o al detalle (dispositivos nanoscópicos, comida, ropa, terrenos, edificios, transportes…) con el programa adecuado y un compilador de materia. Este aumento cualitativo de la productividad (que acerca la lógica de la abundancia al terreno material, acabando con problemas de escasez como el hambre o la falta de espacio), juntamente con la omnipresencia de una red de comunicaciones anónima, segura y completamente distribuida ha extremado el debilitamiento de los estados.

Las filés y su pervivencia generacional

Como respuesta a la descomposición social y al desamparo a que queda expuesta la gente, ésta se organiza en nuevas estructuras, las filés (o phyles), comunidades de naturaleza y propósito completamente diverso (étnico, religioso, económico, ideológico, funcional…), de adhesión voluntaria y con carácter transnacional, que ofrecen protección solidaria a sus miembros, con enclaves y leyes propios que se superponen a los de los estados. Como si fueran una evolución de las corporaciones de Islas en la Red, algunas filés actúan como pares con otros estados y filés, estableciendo con ellos relaciones políticas, diplomáticas y comerciales.

La filé es probablemente el concepto más innovador del libro, ya que ofrece un modelo social alternativo bien plausible a largo término en vista de la descomposición incipiente y el descenso de los estados modernos. De hecho, un concepto de filé —igualmente transnacional y que cubre aspectos tanto comunitarios como económicos— ha sido adoptado y desarrollado por los indianos (que se definen a ellos mismos como filé) y David de Ugarte ha teorizado sobre él en el libro Filés: democracia económica en el siglo de las redes, que comentaré próximamente.

Siendo las filés grupos de adhesión voluntaria con unos principios más o menos establecidos, se presenta un interrogante que fundamenta el libro: ¿cómo pueden los miembros de segunda generación de una filé participar de estos principios con auténtico convencimiento? ¿Desarrollaría por sí misma una persona educada en la filé para ser subversiva, innovadora y emprendedora sus valores como lo hicieron sus predecesores? Como afirma uno de los lords de la filé neovictoriana:

— […] he dedicado muchos esfuerzos durante más o menos la última década a animar sistemáticamente la subversión.

— ¿Lo ha hecho? ¿No le preocupa que los jóvenes subversivos emigren a otras phyles?

— Algunos de ellos lo harían[…]. Pero ¿qué significa realmente que una persona joven se cambie a otra phyle? Significa que ha superado la credulidad juvenil y ya no desea pertenecer a una tribu simplemente por ser el camino más fácil… ha desarrollado principios, y se preocupa por su integridad personal. Significa, en breve, que está lista para convertirse en un buen miembro de Nueva Atlantis… tan pronto como desarrolle la sabiduría para ver que, al final, es la mejor de las tribus posibles.

En la práctica, las personas son muy diferentes (como el libro cita a Confucio) y el tiempo avanza cambiando el contexto histórico. Por eso, aunque una educación como la de arriba puede ser deseable en la filé, no puede asegurar la permanencia de un miembro joven, y creo que no la debería asumir: la auténtica integración tan solo puede ser completamente voluntaria, libre y en pleno uso de razón. En las Indias esta aproximación se refleja en el itinerario, donde se pretende reproducir los contextos que dieron lugar a la filé indiana recurriendo a la conversación y el debate sobre un conjunto de lecturas. Pero el contexto histórico del itinerante es ciertamente diferente y afecta a su punto de vista, así que el itinerario ha de ser igualmente dinámico. La adecuación de éste para incorporar nuevos indianos es algo que sólo se podrá juzgar con el tiempo.

La libertad de manipular la materia

Otra linea argumental de La era del diamante, dada la posibilidad de construir prácticamente cualquier cosa, es la valoración moral de hacerlo:

Ahora la nanotecnología había hecho casi todo posible, y, por tanto, el papel cultural de decidir qué debía hacerse se había hecho mucho más importante que imaginar lo que podía hacerse. Uno de los descubrimientos del Resurgir Victoriano era que no resultaba necesariamente bueno que cada uno leyese un periódico completamente distinto cada mañana; por lo tanto, cuanto más se ascendía en la sociedad más parecido se hacía el Times al de los compañeros.

La filé neovictoriana tiene (como muestran esta cita y la anterior) fuertes bases morales universalistas herederas de la modernidad, y también controla gran parte de las fuentes de suministro de los compiladores de materia. Abusando de la metáfora de Tom Standage cuando llama al telégrafo la «Internet victoriana», la red de compiladores neovictoriana también es un sistema descentralizado, no distribuido, y por lo tanto también susceptible de ser controlado por estratos superiores, potestad que los neovictorianos ejercitan con la excusa moral de decidir qué es bueno construir y qué no.

Al margen del argumento de la novela, uno se pregunta: si la producción material fuera tan similar al tratamiento de información, ¿no se haría la máxima hacker de «la información quiere ser libre» aplicable a la propia materia? Y, tal y como Internet y el PC dieron paso a las comunicaciones y la computación distribuidas, ¿no estaría la fabricación nanotecnológica igualmente abocada a basarse en una red distribuida y regirse por la lógica de la abundancia? Sin ir más lejos, el aumento de la productividad está haciendo posible en el presente modelos de diseño y fabricación impensables hace unos años que van tendiendo a la realización del fabbing.

Tal vez me esté dejando afectar por cierto fatalismo ciberpunk, pero se me antoja que todo proceso que entre en relación o se asimile con el tratamiento de información tenderá, gracias a la mejora tecnológica, a se distribuido e incontrolable para los estados o cualquier otro poder que opere bajo un modelo jerárquico similar. Que ello haga posible que alguien fabrique, por ejemplo, bombas atómicas será algo a tener en cuenta de una forma más seria que establecer una sociedad de control o un teatro de seguridad. Total, ahora mismo cualquiera con conocimientos suficientes puede programar y diseminar un virus informático…

Hackers

Quiero acabar aparcando los temas principales de las filés en la organización social y la abundancia en la producción material para dedicar unas líneas al hacker, figura que el autor toca de refilón pero con visible afecto en algún diálogo y en ciertos personajes decisivos de la novela que se reparten algunas de sus características. Así tenemos la elegancia, astucia y propósito de Hackworth (¡ese nombre!), la pasión y la imaginación de Carl, o el reciclaje subversivo del Doctor X, de quien tomo este iluminador fragmento dirigido al primero de ellos:

Usted hace esas cosas no para servir a su Reina sino para servir a su naturaleza, John Hackworth, y yo entiendo su naturaleza. Para usted la inteligencia es su propia recompensa, y una vez que encuentra una forma inteligente de hacer algo, debe hacerlo, como el agua que encuentra una grieta en un dique debe atravesarla y cubrir la tierra al otro lado.

La era del diamante me sorprendió y marcó cuando lo leí por primera vez hace ya casi siete años, y me ayudó a comprender de qué hablaban los indianos bastante antes de comenzar mi itinerario. Ahora que lo vuelvo a leer me abre, si cabe, aún más puertas y me plantea más inquietudes. ¡Gracias, Glo! ¡Gracias, indianos!

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